Mostrando entradas con la etiqueta Tolstoi. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tolstoi. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de mayo de 2009

Emma y Ana, lecturas y ensueños



Más tarde, con las novelas de Walter Scott, se entusiasmó Emma con los temas históricos, soñó con viejos cofres, prisiones militares y trovadores. Le hubiera gustado vivir en alguna casa solariega, como aquellas castellanas de talle esbelto que, bajo el trébol de las ojivas, pasaban los días con el codo en la piedra de la ventana y el mentón en la mano, esperando la aparición de un caballero de blanco penacho galopando sobre su caballo negro por los campos lejanos.

Gustave Flaubert, Madame Bovary


Ana leía, pero le molestaba seguir las sombras de las vidas de otras personas. Tenía demasiados deseos de vivir ella misma. Si leía que la protagonista de la novela cuidaba a un enfermo, sentía deseos de andar con pasos silenciosos en la habitación de un enfermo; si un miembro del Parlamento había pronunciado un discurso, deseaba pronunciarlo ella; si lady Mary había cabalgado tras de la jauría, exacerbando a su nuera y asombrado a todos con su audacia, tambíen Ana deseaba hacer lo mismo.

Lev Tolstoi, Ana Karenina

domingo, 13 de julio de 2008

Retratos de damas



Varenka no era propiamente una muchacha, sino más bien una persona sin edad, a quien tanto se le podían atribuir treinta años como diecinueve. Pero por los finos trazos de su rostro, y a pesar de su palidez enfermiza, no podía decirse que Varenka careciera de ese particular encanto que constituye el principio de la belleza. Habría hasta sido esbelta, a no ser por el escaso desarrollo del busto y el volumen de la cabeza, pero no tenía atractivo para los hombres. Era como una hermosa flor, que conservando aún sus pétalos, estuviera ya mustia y sin perfume.

Lev Tolstoi, Ana Karenina


No era precisamente bonita; algo faltaba en sus facciones pequeñas y regulares, como si el último toque, el decisivo, que podía haberla hecho hermosa (dejando sus rasgos tal como estaban, pero confiriéndoles un significado inefable) le hubiera sido negado por la naturaleza. Tenía veinticinco años, sus cabellos, peinados a la moda, era bonitos y estaban llenos de encanto y movía la cabeza de un modo que mostraba un indicio de posible armonía, una promesa de auténtica belleza que, en el último momento, no acababa de realizarse.

Vladimir Nabokov, La defensa