Aunque se te saluda muchas veces, nunca saludas tú el primero: ¿así vas a seguir? Adiós, Pontiliano, para siempre.
Marco Valerio Marcial, Epigramas, V 66
No me gusta el hombre al que no puedo abordar yo el primero ni saludarle antes de que él me salude sin envilecerme a sus ojos y sin menoscabar la buena opinión que tiene de sí mismo. Montaigne diría: Quiero tener el campo libre, y ser cortés y afable a mi gusto sin remordimientos ni consecuencias. No puedo de ninguna manera actuar contra mi inclinación, ni ir a contrapelo de mi natural, que me lleva hacia aquel que viene a mi encuentro. Cuando es un semejante, y no es enemigo, me adelanto a su saludo, le pregunto acerca de su ánimo y de su salud, le ofrezco mis servicios sin regatear el más o el menos, ni estar, como dicen algunos, ojo avizor. Me desagrada aquel que por el conocimiento que tengo de sus costumbres y maneras de actuar, me saca de esta libertad y de esta franqueza. ¿Cómo acordarme a tiempo, y por mucho que vea a ese hombre, de adoptar una continencia grave e importante, y que le advierta que yo creo valer como él y más? Para esto tendría que hacer un recuento de mis buenas cualidades y condiciones, y de las suyas malas, después hacer la comparación. Es demasiado trabajo para mí, y no soy en absoluto capaz de una atención tan tensa y repentina; y aún cuando lo hubiera logrado una primera vez, no dejaría de flaquear y desmentirme en una segunda ocasión: no puedo forzarme ni constreñirme para nadie a ser orgulloso.
Jean de La Bruyère, Los caracteres
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lunes, 11 de noviembre de 2013
Saludar primero
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martes, 18 de noviembre de 2008
Vejez avarienta
No es la necesidad de dinero en que podrían encontrarse algún día lo que hace a los viejos avaros, ya que hay algunos tan ricos que no pueden sentir esa inquietud. Además, ¿cómo podrían temer la falta de las comodidades de la vida cuando se privan voluntariamente de ellas para dar satisfacción a su avaricia? No se debe tampoco al deseo de dejar mayores riquezas a los hijos, ya que no es natural amar a otros más que a uno mismo, aparte de que hay avaros que no tienen herederos. Este vicio es más bien resultado de la edad y del temperamento de los viejos, que se abandonan a él tan naturalmente como en la juventud a los placeres o en la edad viril a la ambición. Para ser avaro, no se requiere ni vigor, ni juventud, ni salud; tampoco es necesario desplegar ninguna actividad ni dar el menor paso para ahorrar las rentas; basta con dejar el dinero bien encerrado en el arca y privarse de todo. Resulta por ello cómodo para los viejos, a quienes hace falta una pasión porque son hombres.
Jean de La Bruyère, Los caracteres, 771
El dinero es la felicidad humana in abstracto; cuando ya no somos capaces de disfrutarla in concreto, nos apegamos de todo corazón a él.
Arthur Schopenhauer, Parábolas, aforismos y comparaciones, 50
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viernes, 12 de septiembre de 2008
Memoria y juicio
La ausencia de memoria ha aumentado en mí otras facultades a medida que ésa me ha faltado; de tener buena memoria fácilmente seguiría las huellas ajenas, mi espíritu languidecería por no ejercer sus propias facultades, como suele hacer casi todo el mundo, que se sirve de las extrañas opiniones por tenerlas presentes en la mente; mi discurso por la misma razón tampoco es muy extenso ni dilatado, pues sólo merced a la memoria se almacenan las especies que el juicio no procura. Si me hallara ensordecido por tal facultad hubiera ensordecido a mis amigos con mi charla; los asuntos, al despertar en mí la facultad que yo poseo de manejarlos y emplearlos, alargarían en demasía mis disertaciones. Es cosa lamentable, yo lo veo por algunos de mis amigos, a medida que la memoria les presenta el caso de que hablan por todas sus fases, retroceden en su narración, cargándola con tan inútiles detalles que si lo que refieren es interesante, ahogan todo interés; y si no lo es, hay tanta razón para maldecir de su feliz memoria como de su juicio desdichado.
Michel de Montaigne, Ensayos, I, 9
Todo el mundo se lamenta de su memoria, y nadie se lamenta de su juicio.
François de La Rochefoucauld, Máximas
Los hombres hablan respecto a ellos mismos de tal modo que sólo confiesan pequeños defectos y aun de tal naturaleza que supongan en sus personas grandes disposiciones o notables cualidades. Vemos así que se queja uno de su poca memoria, contento por otra parte de su gran entendimiento y buen juicio.Jean de La Bruyère, Caracteres
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