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martes, 4 de marzo de 2014

Escuela quijotesca


El arte español es maravilloso en sus formas populares y anónimas -cantos, danzas, cerámica- y es muy pobre en sus formas eruditas y personales. Alguna vez ha surgido un hombre genial, cuya obra aislada y abrupta no ha conseguido elevar el nivel medio de la producción. Entre él, individuo solitario, y la masa llana no había intermediarios y, por lo mismo, no había comunicación.
José Ortega y Gasset, España invertebrada

BORGES: "[...] En España, los buenos libros no tuvieron descendencia. ¿Qué escuela nació del Quijote? Fue estéril. Un mulo".
Adolfo Bioy Casares, Borges

lunes, 14 de octubre de 2013

El Boswell de Borges


El 16 de octubre el Dr. Johnson me honró cenando conmigo en mi residencia de Old Band Street.
James Boswell, Vida del doctor Johnson

Viernes 10 de enero. Come en casa Borges. 
Adolfo Bioy Casares, Borges



lunes, 26 de julio de 2010

Nacionalismo hiperbólico



La hipérbole es cosa profunda y netamente española. Hipérboles en discursos, en libros, en artículos de periódico, en las conversaciones particulares. La hipérbole es... pereza mental. Lo contrario de la hipérbole es el trabajo, o sea, exactitud, reflexión, precisión. Es difícil hacer del idioma un instrumento exacto y dúctil; y es fácil salir del paso con un superlativo que no dice nada.

Azorín, Rivas y Larra


[...] Borges. Dice: "Caramba, por encargo de Victoria estoy escribiendo un poema sobre Sarmiento. Estoy escribiendo invita Minerva, porque no tengo ganas de escribir sobre Sarmiento (aunque no tengo nada contra Sarmiento y lo admiro mucho). Es claro, para que no se note la frialdad, estoy overwriting it, overdoing it. La hipérbole es una forma de la indiferencia: porque no se puede o no se quiere entrar en detalles se recurre a superlativos".

Adolfo Bioy Casares, Borges


martes, 24 de noviembre de 2009

Sueño y Episodio del enemigo


1967. Domingo 30 de julio.
[...]
Me cuenta un sueño [
Borges a Bioy Casares]: "Este sueño debe de ser un plagio. Vos vas a poder decirme de dónde lo saqué. Yo estaba en una casa como la de nuestra pieza de teatro. Por el camino de la sierra venía subiendo un hombre parecido a Macedonio Fernández, pero más alto. Ese hombre era mi enemigo. Me había perseguido desde hacía tiempo y yo siempre me le escapaba. Ahora lo vi tan cansado y débil que le permití entrar en la casa. Estaba tan extenuado que se dejó caer de espaldas en la cama. Entonces vi que tenía un revolver y que me apuntaba. 'Voy a matarlo -me dijo-. Usted no puede hacer nada.' 'Sí -le contesté-. Puedo hacer algo.' '¿Qué?' -preguntó-. 'Despertarme' -respondí y me desperté-. Cuando le conté este sueño a madre -por un rato me hago la ilusión de que son valiosísimos- se puso furiosa. Me dijo que mientras ella duerme tranquila, yo estoy soñando disparates. Que ni dormido dejo de inventar cosas raras. Mejor que el sueño me parece la reacción de madre. Muestra su carácter."

Adolfo Bioy Casares, Borges


Episodio del enemigo
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con el bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-Uno cree que los años pasan para uno -le dije-, pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Entonces me dijo con voz firme:
-Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
-En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es ese niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
-Precisamente porque ya no soy aquel niño -me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
-Puedo hacer una cosa -le contesté.
-¿Cuál? -me preguntó.
-Despertarme.
Y así lo hice.

Jorge Luis Borges, El oro de los tigres

viernes, 29 de mayo de 2009

Dios y la palabra dios



Por su origen, el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología. [...] Yo creo que no nos libramos de Dios porque aún creemos en la gramática.

Friederich Nietzsche, El ocaso de los ídolos


Dios es un monosílabo que ha tenido mucho éxito.

Adolfo Bioy Casares


miércoles, 9 de julio de 2008

Evolución de un párrafo a través de tres siglos



Como corresponde a la poesía describir la Naturaleza y la Pasión, que son siempre iguales, los primeros escritores se adueñaban de los objetos de descripción más impactantes, y los hechos más probables en la ficción, y no dejaban nada a los que los seguían, sino la transcripción de los mismos acontecimientos, y combinaciones nuevas de las mismas imágenes. Sea cual fuese el motivo, por lo común se observa que los escritores primitivos son dueños de la naturaleza, y sus seguidores del artificio; que los primeros sobresalen en el vigor y la invención, y los posteriores en elegancia y refinamiento.

Samuel Johnson, Rasselas


Los grandes artistas del pasado quisieron lograr la belleza. Después, los imitadores lograron una belleza más deliberada y amanerada que auténtica y se desacreditaron. Los artistas llamados modernos descubrieron que en la fealdad sin normas estaban a cubierto de críticas. El propósito perseguido no era tan evidente como en quienes buscaban la belleza, y los censores no sabían señalar deficiencias (señalarlas parecía una ingenuidad). El futuro gran artista competirá con los clásicos, en el sentido de que logrará una belleza que sin ser la de ellos no sea menos manifiesta.

Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes