martes, 15 de junio de 2010

Culta infelicidad



Cuando el príncipe atravesó los campos y vio los animales que lo rodeaban, dijo:
-Ustedes son felices, y no necesitan envidiarme a mí, que camino entre ustedes, cargado conmigo mismo; tampoco yo, dulces criaturas, envidio vuestra felicidad, porque no es la felicidad del hombre. Sufro muchas angustias que no los aquejan a ustedes; temo al dolor cuando no lo siento; a veces me retraigo ante maldades recordadas, y a veces respingo ante maldades anticipadas: seguramente la justicia de la providencia ha equilibrado los sufrimientos especiales con goces especiales.
El príncipe se entretenía con observaciones semejantes mientras regresaba, expresándolas con voz quejosa, aunque con una expresión que dejaba ver cierta complacencia en su propia perspicacia, y en recibir cierto consuelo de las desdichas de la vida, gracias a la conciencia con que sentía, y la elocuencia con que se quejaba de ellas.

Samuel Johnson, Rasselas


Es corriente en nuestro tiempo, como lo ha sido en muchos otros períodos de la historia del mundo, el suponer que las personas más cultivadas han llegado a la conclusión de que nada tiene importancia en esta vida. Quienes tal creen son positivamente desgraciados, pero están orgullosos de su desgracia, que atribuyen a la naturaleza del universo, y consideran que su actitud es la única razonable para un hombre culto. El orgullo de su infortunio hace que la gente menos complicada sospeche de su sinceridad y que crean que quienes se gozan de su desgracia no son desgraciados. Esta impresión es demasiado ingenua; no cabe duda de que existe una ligera compensación en el sentimiento de superioridad y penetración de estos sufridores, pero no es suficiente para compensar la pérdida de placeres más sencillos.

Bertrand Russell, La conquista de la felicidad