lunes, 22 de febrero de 2010

El baile de Cupido



Capuleto.- ¡Bienvenidos, caballeros! Las damas a quienes no aprieten los zapatos darán una vuelta con vosotros. ¡Ajajá, señoras mías! ¿Cuál de todas vosotras se negará ahora a bailar? La que se muestre remilgada, juraré que le aprietan los zapatos. ¿Ando cerca de lo cierto? ¡Bienvenidos, caballeros! En mis buenos tiempos yo también gastaba antifaz y sabía susurrar algún cuentecillo en los oídos de una bella dama que solía deleitarme... Todo pasó, todo pasó, todo pasó... ¡Sed bienvenidos, caballeros! ¡Vamos, músicos, a tocar! ¡Sitio, sitio! ¡Despejad un poco, y pies ligeros, niñas! (Suena música y bailan.) ¡Más luz, muchachos! ¡Retirad las mesas y apagad el fuego, que hace demasiado calor en la sala! ¡Hola, compadre! Esta fiesta inesperada nos viene a las mil maravillas. ¡Vaya, sentaos, sentaos, querido primo Capuleto! Para vos y para mí han pasado los días de baile. ¿Cuánto hará desde la última vez que estuvimos en un baile de máscaras?
Capuleto 2º.- ¡Por la Princesa, treinta años!

William Shakespeare, Romeo y Julieta


El arquerito ciego, que nos sonríe desde el final de terrazas de viejos huertos holandeses, lanza riendo sus saetillas entre una efímera generación. Si no fuera por la rapidez con que tira, la caza se disolvería y desaparecería en la eternidad bajo sus flechas; éste desaparece antes de que el dardo lo toque; aquél apenas tiene tiempo para hacer un gesto y lanzar un grito apasionado; y todas son cosas de un momento. Cuando la generación ha desaparecido, cuando el drama ha terminado, cuando el panorama de treinta años ha sido retirado en harapos del escenario del mundo, podemos preguntar qué se ha hecho de esos grandes, graves e imperecederos amores y de los amantes que despreciaban con primorosa credulidad las circunstancias mortales; y no pueden mostrarnos más que unos versos anticuados, algunos eventos dignos de recordar y unos niños que han guardado cierta estampa feliz de la inclinación de los padres.

Robert Luis Stevenson, Del enamorarse

sábado, 6 de febrero de 2010

Vidas, horas e instantes



Cuando a un condenado a muerte le regalan una hora, ésta vale toda una vida.

Georg Lichtenberg, Aforismos, F-1163


En el último instante, toda mi vida durará un instante.

Antonio Porchia, Voces