Varenka no era propiamente una muchacha, sino más bien una persona sin edad, a quien tanto se le podían atribuir treinta años como diecinueve. Pero por los finos trazos de su rostro, y a pesar de su palidez enfermiza, no podía decirse que Varenka careciera de ese particular encanto que constituye el principio de la belleza. Habría hasta sido esbelta, a no ser por el escaso desarrollo del busto y el volumen de la cabeza, pero no tenía atractivo para los hombres. Era como una hermosa flor, que conservando aún sus pétalos, estuviera ya mustia y sin perfume.Lev Tolstoi, Ana Karenina
No era precisamente bonita; algo faltaba en sus facciones pequeñas y regulares, como si el último toque, el decisivo, que podía haberla hecho hermosa (dejando sus rasgos tal como estaban, pero confiriéndoles un significado inefable) le hubiera sido negado por la naturaleza. Tenía veinticinco años, sus cabellos, peinados a la moda, era bonitos y estaban llenos de encanto y movía la cabeza de un modo que mostraba un indicio de posible armonía, una promesa de auténtica belleza que, en el último momento, no acababa de realizarse.Vladimir Nabokov, La defensa
domingo, 13 de julio de 2008
Retratos de damas
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